Querido Alberto: (Carta a Juan Gabriel)
- Carlos Leonel Sotelo M.
- 6 sept 2016
- 3 Min. de lectura

A decir verdad no se ni por dónde empezar a platicarte. Los hechos de estos últimos días sinceramente no me caben ni en la cabeza ni en el corazón. No sé qué voy hacer sin ti. No logro asir, no logro unir los pedazos de este rompecabezas. Te pienso en la mañana, al iniciar el día. Te pienso en el trabajo, durante las horas difíciles. Te pienso por la tarde, cuando al encender el televisor, o revisar las redes sociales tu imagen inunda y abunda y se redunda en tu repentina ausencia. Como tú ya no hay. Tú eras el último hado… lo demás me temo que ya no sirve. Te extrañare, de eso no cabe duda.
Yo te extrañare como extraño a mis muertos cercanos. Te extrañare y seguro me dolerás como duelen esas soledades inmensas, esos lutos que se llevan por siempre. Te llevare en la memoria hasta que mis días en la tierra fenezcan como fenecen las tardes de otoño. Te pensaré todos los días, hasta el final de los tiempos. Lo haré como un ejercicio imperecedero para que perdures en la memoria. Para que el olvido no te toque. Para que todas las generaciones sepan de ti y se nutran de esa vida buena, (de ese tu ejemplo bueno), de la bondad que tú sembraste con tu vida misma. Para que se tome conciencia de que solo desde el dolor es posible nacer dos veces, en el parto y después en el correr de la vida, cosechando frutos buenos, frutos que trajeron alegría y felicidad a todos aquellos que tocaste con tu magia, con tu música, con tu voz y tu encanto, con tus ojos tristes.
Qué generación tan afortunada fuimos a tu lado. Fuimos los testigos primigenios del más grande dentro de la música mundial. Y fuiste nuestro. Fuiste solo nuestro. Tú te quedaste en México para salvarnos de la catástrofe. Para salvarnos del infortunio. Mientras muchos que se dijeron intocables huyeron a Europa, a Estados Unidos, tú te quedaste en México. Y en las horas más oscuras de infortunio tú estuviste aquí, haciéndonos felices.
Ahora, ya no estas. Te fuiste. Te llamaron de allá, de donde son llamados los justos de espíritu, los tranquilos de conciencia. Te llamaron de allá donde se reclama la presencia de los bienaventurados. No estas. Ahora: ¿Quién nos cantara?
Dejas la ausencia de lo amado y desaparecido. Albergo en las entrañas el vértigo de lo desconocido y de pronto pienso en los tuyos. En sus lágrimas secas. En su búsqueda de resignación que quien sabe si les llegara. Yo sinceramente no creo en ella. Se aprende a vivir con el dolor como quien se acostumbra mansamente al martirio de un dolor secreto. De un dolor interno, alimentado con la llama de amor que Dios otorga a quienes lo padecen en su nombre. Te habremos de extrañar para siempre. Yo te pensare todos los días. En medio de estas arenas crepusculares, secas… desérticas, cuando allá, en un remoto tiempo, en los albores de mi infancia, en el radio te escuchaba decir que la costumbre es más fuerte que el amor, cuando en medio de la nostalgia de tu tiempo, esbozabas una sonrisa (con tus eternos ojos tristes) preguntando si quería bailar esa noche.
En uno de los pasajes más oscuros y difíciles de mi vida personal, en 1994; tú me acompañaste y tú (sin saberlo) me enseñaste que la vida era vivir, soñar, volar: así sin penas. Ahora, como un ágora de tu propio fin, tú serás el más triste recuerdo de un agosto. Yo te recordare como se recuerda lo amado, lo preciado. Yo te recordare y te llevaré para siempre en mi memoria. Te recordare para siempre y siempre volverás. Una y otra vez. No podre concebir ni un solo día de los que me resten en este mundo sin ti. Ahora es la hora de empezar a caminar sin ti. Y te extrañare.
Desde dentro…siempre. Sempre di piu.
Carlos Leonel Sotelo M.
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