La tremenda responsabilidad de la palabra escrita y los nuevos valores literarios: la paradoja de la
- Carlos Leonel Sotelo Miranda
- 25 jul 2016
- 2 Min. de lectura

Es revitalizante observar que los nuevos tiempos traen consigo personajes con ideas literarias modernas, de calidad y plusvalia. Jóvenes de calidad indiscutible que sin duda alguna tienen mucho que ofrecer a las nuevas generaciones. Hasta cierto momento es reconfortante ver que a pesar de las nuevas tecnologías, continúa la aparición de jóvenes (hombres y mujeres) con verdaderos pensamientos genuinos enfocados a la literatura de calidad. Valores jóvenes que nos dejan anonadados por la profundidad de sus pensamientos; Ramon Enriquez Medrano de Nuevo Casas Grandes y Mauricio Orlando Cantu Bencomo son un ejemplo de ello.
Sin embargo tenemos también la contraparte que si bien es cierto que empiezan a despuntar con bríos y ganas de superarse a sí mismos en el quehacer literario, es de vital importancia reafirmar sus conocimientos y sus bases elementales dentro de la literatura. La responsabilidad de la palabra escrita es enorme. De un alcance inimaginable. Es un oficio que de ninguna forma puede ser subvalorado. Los nuevos talentos literarios, los aspirantes a escritores deben cubrir conocimientos básicos elementales de primer orden que de ninguna forma se pueden omitir y a su vez fortalecen, tonifican, dan credibilidad y sustentabilidad a sus trabajos. La filosofia, la literatura y el teatro son tres poderosas armas que los acercaran indiscutiblemente a la sustancia elemental de un escrito, su fundamento: pues nos cuestionara ¿quien soy? ¿que escribo? ¿para que lo escribo? ¿que pretendo alcanzar con ese escrito? ¿para quien es ese escrito? ¿lleva ese escrito el mensaje deseado? Estas tres disciplinas nos cuestionaran severamente el PORQUÉ y el PARA QUE de un texto.
Por medio de ellas llegamos a encontrar la voz de un escritor, tienen la particularidad de contener la esencia del escritor. La voz propia del autor cuya búsqueda (de esa voz, ese estilo particular) debe ser cuidadosamente tallada. como el artista que pule un diamante, como el alquimista que realiza el más extraordinario de los perfumes. Deberemos buscar la perfección a tal punto que aun después de la muerte, el perfume resista en su esencia. El ser humano fenece, muere. Un diamante es para siempre. Un libro es eterno, perdura para siempre. Esa es la gran responsabilidad de escribir y comienza con la calidad primaria del bosquejo que nos lleva a una hoja en blanco. Desde dentro siempre... sempre di piu. Carlos Leonel Sotelo Miranda
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